domingo, 3 de abril de 2011

Cuando el odio se hace necesario


Segundos, minutos, horas, días, meses, años…el tiempo pasa, vuela, pero las heridas siguen ahí. Unas encima de las otras, unas que duelen, otras que cierran, otras que permanecerán junto a otras, sangrando, día tras día hasta que la alargada sombra del ciprés llegue a su apogeo.

Las dudas, esos cientos de preguntas sin respuesta. Ese no entender, no comprender, como el ser humano puede negarse a sí mismo, a su esencia, a sentir, a llorar, a luchar, a sufrir, a ser feliz. Ese por qué que nunca se contesta, hasta que otra herida quede abierta y tantas preguntas escritas queden borradas, en blanco. Mientras tanto, mientras la herida sangra, no hay sitio para los recuerdos. No hay sitio para uno mismo, cuando algo no es contestado, solo queda el odio.

Triste pero cierto, el odio. Triste tener que odiar para intentar olvidar. Cierto que el odio es el rastro de lo que amas. Triste que cuanto más sientes más odias. Cierto que cuanto más odias más quieres, más vives, más amas…más agónico es el camino que lleva al olvido. Y más profunda es la herida que lleva a la senda de la frustración eterna.

Triste pero cierto que la sangre es amor y odio a partes iguales. Cierto que tu sangre se verá envenenada algún día porque solo te odiarás a ti mism@. Porque amarás a quien sobre su piel ya no se podrán hacer heridas. A quien los cipreses le abrieron el camino de por vida. Triste tener que odiar a quien no dudarías en volver a abrir tus puertas. Triste querer dejar de sangrar.

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